Golpea el saco, mueve los pies, gira la cadera, un golpe seco que hace que ambos se agiten.
Masculla palabras mientras mueve sus piernas y puños, compone mientras observa su fuerza.
Compone sonetos con golpes secos.
Crea versos que no llegaran a oidos de nadie ni pertenecen a corazon alguno.
Suda mientras piensa, compone mientras su cuerpo se calienta.
Se concentra en sus palabras, mientras su cuerpo se tensa.
Finalmente se cansa, en el suelo se sienta.
Se quita los guantes y se tumba, intenta hacer memoria, pero no recuerda nada.
Sus palabras se han ido, sus palabras no estan, la puerta tomaron y la puerta cerraron.
Grita, se pone de rodillas, golpea el suelo con sus manos desnudas, se golpea contra las paredes.
No puede definir esa rabia
no puede controlar ese sentimiento
se siente inutil
invalido
incapaz de memorizar sus propias palabras
incapaz de recordar aquellas silabas unidas, formando versos que a nadie pudo dejar.
Al fin se calma, se sienta, se lamenta y llora.
Cuando vuelve a casa toma asiento, lanza sus cosas, coge un boligrafo, un papel y lo que quizas sea su talento inerte.
Lo toma, y tras horas y horas, le da vida, le da forma
se siente feliz creando
se siente amado escribiendo
se siente inmortal firmando palabras que nunca desapareceran.
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