19 mar 2013

Era como una tormenta, la tormenta mas violenta que había visto nunca y sin embargo yo me enfrentaba desnudo ante ella. Desnudo y solo frente a la ferocidad de las gotas de fria lluvia robando el calor de mi piel. Cada gota me arrancaba un poco mas, empezaron por llevarse todos mis males, se llevaron la desesperanza, la melancolía, la pena y en aquellos momentos era feliz, me sentía fresco, me sentía vivo de nuevo.
Pero para aquella tormenta toda mi pena era poca y siguió arrojando sobre mi todo su peso, ingenuo de mi me quede, después de todo ¿Quien teme a la lluvia fresca en la sequía y el calor del verano? Y permanecí allí, mientras el suelo se embarraba, mientras se hundían mis pies en el barro, mientras poco a poco la lluvia se había abierto paso hasta calar mis huesos, ya no tenia calor, el agua me lo había arrebatado por completo, me había arrebatado ese calor humano, ese flujo de emociones, esa corriente de sensaciones.

Las gotas hacían mella en mi como lo hacia el frio en mi cuerpo, cada gota, cada pequeña gota abría agujeros que terminaban por devastar la totalidad de mi ser, que terminaron por calar en los mas hondo hasta ahogarlo.
Esa tormenta tenia nombre de mujer.
Y con esto quiero decir que aquella tormenta de verano no fue ni mas ni menos que un romance, que trajo consigo la felicidad, el alivio, la ilusión y termino calando tan frio y tan hondo que termino ahogando cada recoveco de mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario