21 mar 2011

Y ver como los gritos de una sociedad atada me llevan a la cama.

Cierra la puerta al pasar, echa el pestillo, no quiere que nadie entre. Se desnuda, nada mas quitarse la camiseta no puede evitar mirar su reflejo en el espejo, aparta la mirada, nunca le gusto lo que veía al hacerlo. Se mete en la ducha, cierra la puerta de cristal y enciende el agua caliente, el sonido estridente del agua caliente saliendo a presión de la ducha le cautiva. El sonido le recuerda a los gritos, los gritos que le traen la desesperación, los que llaman a su inconsciencia, los que le pidan que lleve a cabo lo que se propone. Mientras las gotas tan solo sirven para dar un falso reflejo al cuchillo que sujeta en su mano. Un reflejo de esperanza, de compañía, una ayuda para su soledad, todas mentiras. Nota como su corazón late más despacio, como su percepción es más lenta y se acerca a ser nula. Mira sus muñecas, en una ve sus errores, errores que siempre ha querido erradicar, hacer desaparecer de su ser, el no entiende que debe vivir con ellos. El sonido del corte resuena y pese a la calidez de la sangre el solo nota la frialdad de su mundo. Mira su otra muñeca ignorando la hemorragia de la otra, en ella ve la esperanza, la esperanza de una vida mejor, la compañía, la ternura, la compasión que cree nadie ha tenido hacia el. Cambia el cuchillo de mano y de nuevo un corte resuena, el cuchillo cae golpeando el suelo y salpicando algunas gotas. El suelo de la ducha se llena de sangre, sangre compuesta por errores, recuerdos y las que fueron sus ultimas esperanzas. Poco a poco cae, se nubla su mundo, desaparecen los sonidos, su piel se vuelve aspera y mientras nos abandona el ruido de la ducha solo le recuerda a los gritos de su madre.

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